Cuando el curso termina y un estudiante tiene que volver a casa y retomar su vida normal se juntan muchas sensaciones. En esos momentos de despedida recordamos sus primeros días con nosotros, cuando llegaba lleno de inseguridades al hablar español, entendía poco y algunas situaciones le resultan extrañas. Pero después de haber estado en familia viviendo un montón de situaciones en español, cuando el estudiante ha mejorado mucho su español, llega la hora de marchar…

Ese último día suele ser un tiempo de recopilación de los momentos vividos y valoración de los aprendizajes realizados. A mí siempre me gusta que me dejen algún mensaje, algunas ideas para poder seguir mejorando y preparar para cada alumno una experiencia única y personal que permanezca en su mente muchos años. En mi caso, yo recuerdo que cuando tenía 16 años participé en un curso de inglés en el sur de Londres y fui acogido en una familia  que me trató como si fuera un hijo, un miembro más de su familia. Pienso que esa experiencia que viví siendo un adolescente ha influido en cierta manera en mi forma de ser, como persona abierta e interesada en otras culturas. Echando la vista atrás, rememorar esa experiencia ha servido de inspiración para nuestro proyecto, porque eso es lo que queremos que los estudiantes sientan con nosotros, que se encuentran «como en familia» como decimos por aquí.

Recientemente me he puesto en contacto con aquella familia inglesa. No tenía muchos datos para buscarles, tan solo el nombre de la calle y el pueblo. Google maps hizo el primer milagro: reconocí la casa y tras conseguir el código postal escribí una carta en papel, algo que no hacía desde hacía muchos años. En la carta no quería dar mucha información porque no sabía si llegaría a manos de sus destinatarios por lo que opté por dar poca información, tan solo decirles que me acordaba de ellos y algunos detalles de mi estancia. El segundo milagro se produjo el día de mi cumpleaños cuando pude ver por la rendija de mi buzón una carta de correo aéreo con su cenefa de bandas rojas y blancas. Su respuesta me emocionó. Claro que se acordaban de mí ¡más casi cincuenta años después! Me agradecían mis palabras y me preguntaban porqué había tardado tanto en escribirles. Me enviaban fotos con sus hijos y nietos, juntos y felices. La carta había llegado milagrosamente a sus manos. Ellos ya no vivían allí pero seguían manteniendo amistad con la vecina de la casa de al lado y fue ella la que recogió la carta del cartero y quien se la hizo llegar. Mi objetivo tan solo había sido hacerles saber que mi estancia entre ellos me dejó un recuerdo imborrable. Tengo la esperanza de que alguno de nuestros estudiantes, en algún momento del futuro, vuelvan a contactarme. Me haría sentir muy feliz volver a rememorar esos momentos tan especiales que hemos vivido juntos.

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